Sucesión (Great geysers of life)

Escribí hace no mucho para Sustrato un artículo sobre Sucesión, la serie de HBO. En él hablaba del capítulo 4x03 Kill list -Lista negra en castellano-, y a través de un rodeo inverosímil, que abarcaba desde vampiros a Dostoyevski, llegaba a una especie de conclusión en que sugería el fin de una época. Me gustaría profundizar en esa idea.

La ironía de Sucesión es que no lo es; los que hayáis visto la serie -y los que no corred a hacerlo y dejad de leer, porque yo no dejaré de escribir- sabéis que en el final la tragedia de Kendall se verifica y éste termina por no heredar el trono de su padre, que cae en cambio en manos del vampírico sueco Matsson y su servil marioneta Wambsgans, Tom. Me equivoqué, por tanto; a la luz de lo que yo sabía en ese capítulo tercero, yo estaba seguro de que la tragedia de Kendall sería tal, pero no por no acceder al trono, sino precisamente por hacerlo y convertirse de este modo en su padre, sagrado monstruo que él habría tratado toda su vida de ahuyentar. Kendall seguiría así la estela de ilustres y malditos héroes: Michael Corleone en El Padrino; Hamlet; Anakin Skywalker.

El desenlace, sin embargo, de Jesse Armstrong es mucho mejor. Kendall Roy no es Michael Corleone: es Fredo. O es una mezcla de ambos, o es a ratos uno y a ratos otro; o es acaso Fredo si Michael fuese idiota, o cruel o cínico o un traidor. Kendall Roy tampoco es un héroe: no tiene viaje, o peripecia; no avanza de un punto a otro sino que permanece inmóvil; aún persevera en sus errores y es eso exactamente lo que lo condena. No es casualidad que la serie termine más o menos donde empieza: la sala de juntas de Waystar Royco. En este sentido Kendall Roy es un personaje estrictamente antimoderno, si concedemos que uno de los atributos de la modernidad es justamente la ilusión de progreso; de mudanza; de transición de A a B.

Sucesión es, por ello, un clásico. Y también por lo siguiente. Baudelaire dijo -y en general uno hace muy bien en fiarse de Baudelaire- que lo bello debe ante todo poseer una envoltura moderna y un núcleo eterno, imperecedero. Si descorremos el exquisito velo de referencias pop de Sucesión: de Hamilton a MySpace, pasando por Transformers, TED Talks o Wikipedia; objetos poéticos como Nasdaq master race o Times New Roman firing squad; lo que nos queda es un vibrante corazón clásico que narra no sólo la tragedia de los Roy, sino la caída del Imperio Americano. Poco después del episodio que refería al principio, venía Church and State, donde los Roy despiden finalmente a su padre rodeados de la pomada de la sociedad estadounidense. En uno de sus más bellos y lúcidos momentos Michael Corleone, Kendall, reconciliado al fin con Logan, subía al altar y pronunciaba estas palabras:

(…) The lifeblood, the oxygen of this wonderful civilization that we have built from the mud. The money; the corpuscules of life gushing around this nation, this world; filling men and women all around with desire, quickening the ambition to own and make and trade and profit and build and improve…

I mean, great geysers of life he willed. Of buildings he made stand; of ships, steel holes; amusements, newspapers, shows and films and life, bloody complicated life. He made life happen. He made me and my three siblings…

And now people might want to (…) denigrate that force, that magnificent, awful force of him, but my God I hope it's in me… because if we can't match his vim, then God knows the future will be sluggish and gray.

Kendall funde en su elegía el destino de su familia con el de América, de manera expresa; mientras al mismo asisten el nihilista Matsson, que sonríe cínico, o el fanático Mencken, que lo hace cómplice. Conviene recordar que el término nihilismo tiene un origen preciso y no está en Nietzsche el prusiano sino en Turguéniev el ruso, en su novela Padres e hijos, y que es en este país y a través de autores como Dostoyevski donde encuentra su desarrollo fundamental. Ya hablé entonces de Los demonios y de personajes como Verjovenski; de la amargura y oscuros presagios de aquél: no volveré a hacerlo. Pero viene a cuento porque la historia se repite en nuestro caso. Sucesión es quizás la serie más importante a este lado del 11-S porque rubrica el colapso espiritual del Imperio; hacia el final de su discurso, Kendall dice, acerca de la energía estremecedora de su padre: I hope it’s in me - espero que esté en mí o dentro de mí o tire de mí con igual vigor, porque en otro caso the future will be sluggish and gray.

La tragedia de Sucesión es que el futuro parece precisamente así. Insisto en mi lectura del otro artículo: ésta es una serie esencialmente conservadora, en el sentido de que mira, a pesar de todo, con indisimulada nostalgia hacia el pasado. Esa fuerza viva, magnificent y awful que describe Kendall está ya muerta en su generación, en nuestra generación: no de otro modo se interpreta ese final melancólico, crepuscular, en que aquél otea el horizonte como en busca de las doradas orillas de un paraíso perdido.

No quiero ser cenizo pero el ambiente está cargado. Los Matsson de turno han olido sangre y afilan ya sus sables; calibran sus drones y misiles; engrasan las orugas de sus tanques. Confiemos en que sepamos hacer nuestros deberes; deshacer nuestras contradicciones; poner de nuevo en marcha el mecanismo de la ilusión.

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