¡Que le den por culo a las primeras veces!

Absolutamente todos los besos que me he dado con mi novia han sido mejores que el primero.

Aun así, cada 12 de marzo celebramos que ha pasado un año más desde aquel roce de labios torpe, nervioso y precipitado. Si tanto nos gusta ponerle fecha a las cosas, entonces deberíamos festejar el aniversario de muchos otros momentos que ganan en relevancia al primer beso de forma apabullante. 

Como aquella vez que bajé del autobús en Asturias y me di cuenta de que su familia ya era, también, mi familia.

O como aquel día que decidió compartir todos sus fantasmas conmigo. 

O como todos esos besos que fueron realmente BESOS y que por suerte siguen apareciendo con una frecuencia bastante decente. No los que nos dimos en las escaleras del Sacre Coeur, sino los que nos damos en la cocina antes de sacar la cena del horno un lunes por la noche.

La verdad es que podríamos estar todo el año conmemorando cosas, pero en su lugar celebramos el 12 de marzo, la primera vez.

¡Que le den por culo a las primeras veces! 

Estoy cansado de la nostalgia, que no es otra cosa que satán dentro de tu cerebro jugando a edulcorar tus recuerdos y cambiando la narrativa de tu vida para que creas que eras más feliz por aquel entonces y que aquella primera vez es inigualable. Tremenda mentira.

No quiero ser Robinho en el Carranza. Yo lo que quiero es defraudarte al inicio, para comprobar si tienes la paciencia de quedarte y ver hacia dónde va esto. Quiero que me acompañes a buscar un lugar sosegado en el que no existan las primeras impresiones ni los deslumbrantes estímulos que nos impiden prestarle atención a algo de forma continuada. 

Si te da por ponerte a pensar si existe en el mundo un lugar así, probablemente tu cabeza se vaya algún país asiático, seguramente budista. Y si además tienes cierta inquietud por la geografía, estoy convencido de que pensarás en Bután, uno de los lugares más remotos y herméticos del planeta. 

Pues allí me fui yo, no para buscar el sosiego ni huir de los deslumbrantes estímulos, sino para emprender la difícil tarea de ganar la liga de fútbol del país. Por arte de magia, despegué en Madrid siendo futbolista aficionado y aterricé en Paro en calidad de futbolista profesional, fichado por el Thimphu City para destronar al equipo de la ciudad vecina como campeón de la BoB Bhutan Premier League.

El partido inaugural de aquella temporada se jugaba 10 días después de mi llegada. Teniendo en cuenta que la entrada de público al estadio había estado prohibida durante dos años y medio por la pandemia, el encuentro tenía buen cartel. Muy bueno, de hecho, si añadimos que desde que el covid llegó a Bután a principios de 2020, ningún futbolista extranjero había podido participar en la liga del país. Era, por tanto, el regreso del público a los estadios y de los extranjeros al césped. Los únicos foráneos en liza aquel día éramos mi compañero japonés Kuri y yo.

Cartel del partido inaugural de la liga de fútbol de Bután 2022.
Alta expectación, mierda de partido. 

Yo tengo la piel fina. Bueno, tan fina como cualquiera que no esté acostumbrado a un juicio prematuro y superficial sobre cómo uno realiza su trabajo, y que se vuelve más desagradable aun cuando es perpetrado por una serie de mamarrachos sedentarios que pasan el fin de semana frente a la tele haciendo scroll con su mano derecha y sujetando la cerveza con su mano izquierda.

Por suerte, allí había muy pocos de estos y, aunque mi partido fue malo, hubo mucho más halago que crítica. El problema es que presté mucha menos atención a los cientos de comentarios positivos que a los dos o tres de los haters de turno, que en realidad aquello no era hate ni era nada si lo comparas con la mierda que escupe tu vecino en Facebook. 

Curiosa especie la del hater, extendida hasta rincones del planeta donde hasta hace nada no llegaba ni internet. Es que estoy convencido de que uno de los puntos recurrentes en el orden del día de las reuniones anuales del Grupo Bildelberg es asegurarse de que hay, al menos, un hater por km2 desde Siberia hasta Tierra del Fuego. De lo de que en España se supera con creces la densidad de hater por km2 ya hablamos otro día.

Mi debut en Bután fue uno de mis peores partidos de la temporada. Me vi superado por todo: ritmo alto, falta de oxígeno (jugamos a 2.300m s. n. m.), miles de butaneses gritando en la grada, la majestuosidad del Estadio Nacional… No tuve lo que hay que tener para coger y ponerme a brillar un día tan especial como este. Pasé desapercibido y, como es evidente, aquellos que esperaban una superestrella europea se fueron a casa decepcionados.

Los que me juzgaron tras aquel partido seguirán pensando que soy una mierda de futbolista. En cambio, los que no se dejaron llevar por las primeras impresiones y me acompañaron en los otros 17 que jugué, probablemente piensen que mi aportación fue clave para ayudar a mi equipo a ser subcampeón de la liga de Bután, disputándosela hasta el último partido al equipo que ha ganado las tres últimas ediciones del torneo.

Darle importancia a las primeras veces es de mediocres, romantizarlas es estar atrapado en el pasado. Si me lees por primera vez, te invito a quedarte y descubrir hacia dónde va esto.

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