Tutti o nati

El pasado Viernes Santo en el club de golf Villanueva, en Puerto Real, pude participar en uno de los eventos deportivos más épicos del año. Y no, no hablamos de ningún torneo federado o una liga social. Hablamos nada más y nada menos que del tutti o nati.

El tutti o nati es una competición que me enseñó Alberto, un amigo de mi hermano Luis con quien solemos jugar al golf, que consiste en jugárselo todo al último hoyo del día. Da igual los golpes que hayas hecho en los diecisiete hoyos anteriores del campo. El hoyo dieciocho es el último. La guinda del pastel que corona una mañana de golpes de más y greenes mal leídos que deben ser olvidados por completo. Porque ese maldito hoyo dieciocho va a ser el último recuerdo golfístico de la semana hasta que vuelvas al campo. Has invertido toda una mañana de sábado o de domingo en un deporte nada agradecido, por eso el último hoyo es sagrado. Hay que honrarlo como los dioses del golf lo harían. Da igual que hayas hecho ciento veinte golpes en diecisiete hoyos. Si haces menos golpes que los demás en el dieciocho eres el ganador del tutti o nati y también del día.

El tutti o nati de aquella tarde de viernes hace que todavía me desvele de madrugada, pensando en aquel golpe fallado a unos sesenta metros de green. Así que he decidido contarlo para intentar expulsar ese pensamiento intrusivo que aún habita en mi interior cada vez que agarro un wedge con mis manos.

El hoyo dieciocho de este campo no es aparentemente complicado. Un par 4 de 340 metros con fuera de límites a la derecha, es decir, si tu bola traspasa los límites que marca el campo a estribor, serás penalizado con un golpe de más. Los jugadores de aquella partida somos mi hermano Luis, mi amigo Jose y yo. 

Luis y Jose hacen una salida espectacular, de unos 200 metros, mientras que yo hago una salida nefasta que me hace jugar un hierro 5 para volver a la calle. Aquel día sentía que podía llevarme el tutti o nati, así que jugué un golpe digno de ryder cup que dejó mi bola a unos sesenta metros de la bandera. Celebré el golpe cerrando el puño y con un “come on” digno de cualquier pro, aunque tal vez no era consciente de que me quedaba mucho hoyo todavía. Luis se va fuera de límites en dos ocasiones, de modo que el hoyo dieciocho se iba decidir entre amigos. Era el jugador que menos golpes llevaba en la general, pero así es el tutti o nati. Luis está eliminado. Quiero mucho a mi amigo Jose, pero en ese instante era mi mayor enemigo. Un desconocido al que le deseaba lo peor. Jose pega un golpe que se desvía bastante a la parte izquierda del campo y le mete en problemas. Celebro el fallo por dentro, en silencio, porque en todo momento era consciente de que yo tenía que hacer un buen golpe para acercarme más todavía a la victoria y porque en esta vida hay que ser un poco torero, pero tenía medio tutti o nati en mis manos.

Me acerqué a mi bola más relajado de la cuenta. Visualicé la bandera. Había pegado un golpe igual que ese en el hoyo anterior, así que sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Me visualicé levantando un trofeo que no existe, pero que es más importante que una Champions. Y seguramente por culpa de esas visiones de futuro fue por lo que la cagué. Pegué una bola malísima a la izquierda, mi bola se quedó junto a un matorral que me imposibilitaba un golpe limpio y que haría que mi hoyo se fuera a pique tras pegar tropecientos golpes hasta meter la bola en el hoyo. En cambio Jose jugó una bola preciosa a green desde la izquierda para, tras dos putts, hacerse con el primer tutti o nati de su carrera deportiva.

El golf me pegó una palmadita en la espalda, me hizo ver que lo verdaderamente importante es el presente. Pensar en el golpe que vas a dar en ese momento y no en el siguiente. Porque en esta vida nadie sabe qué va a pasar mañana, y aun así nos preocupamos por futuribles que no están a nuestro alcance. Y no lo están porque no existen, igual que el trofeo del tutti o nati.

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