Resquicios de esperanza en The Library

Estaba el día primaveral, raro, no sabía si llover, granizar o dejar lucir el sol, extraño fenómeno este de ver el sol en la ciénaga. Que el día estaba raro lo sabíamos todos los que estábamos en la Shambles square, primero por el aire germánico de la plaza, ¿es esto Munich 2014?, y por otro lado por la aceptación de que éramos peores que ellos, frases como “hay que creer”, “si se puede” volaban de boca en boca, el madridismo, como luego harían los jugadores, aceptando su inferioridad ante la máquina perfecta citizen, gesto que eleva al rival de categoría; una forma de afrontarlo de equipo chico pero que al club más grande no se le caen los anillos en plantearlo así, cualquier vía es válida si me lleva a la victoria y, como dice Pablo Iglesias, hay que cabalgar contradicciones.

El ambiente era de fiesta, no es nada nuevo, jugar fuera es siempre esto, unos pocos chalados dando la nota en el centro de la ciudad. Era un madridismo global donde se mezcla todo, no existen las razas, las religiones, vamos a lo mismo y pese a que en un día normal habría odios cruzados, el Madrid consigue unirlo todo. El Madrid cumpliendo la función de unión de la ONU y los sueños de aquellos que se emocionan escuchando Imagine. Pese a esto, hay que decir que aun con los esfuerzos del club, hay algunos tipos que siguen sin aceptar que ellos no son el madridismo, no son dueños de nada y nadie les quiere, vestigios de una época ya pasada; chavales, bueno, no sois ya ni chavales algunos, hay que ponerse a trabajar, el ser ultra en 2024 no se lleva, por mucho que os empeñéis.

El camino al estadio fue largo, dos horas de procesión, de penitencia, circulaba el rumor de que cargábamos con el cuerpo sacrificado de Jeremy de León; el puertorriqueño finalmente no fue ofrecido a los dioses de la fortuna, suficiente hizo al catador oficial de la comida, inglesa para más inri, de los demás, el agua no hizo falta, era Solán de Cabras. Las dos horas de camino al campo escoltados por la policía hizo los sueños húmedos de los mencionados anteriormente, “mira bro, nos tiene que llevar la poli”, y sacar una lagrimita en los cuatro aficionados citizen que han vivido la otra historia del club, la que ocupa nueve segundos en un vídeo de ciento veinte para conmemorar los ciento vente (sic) años del club.

El ambiente en el Etihad es frío, no solo por la climatología, también porque, como ya he dicho, el club no tiene apenas historia hasta ayer; en el fondo, los nuevos dueños han erigido un club sobre la licencia federativa de otro: nuevo estadio, nuevo escudo, nuevos fans; otro punto de estos Madrid-City es el old money vs new money, los que han estado ahí siempre y los que han llegado ahí tras soltar un inversor una cantidad ingente de dinero; no, no digo que el Madrid sea pobre, si pensáis así leedlo otra vez. El campo, más que the library (como la conocen en Inglaterra) parecía una discoteca a las nueve de la noche, sin gente, sin ambiente, eso sí, buen setlist.

El partido fue lo esperado, ejercicio de supervivencia donde salvo el fallo en el gol del empate el Madrid estuvo perfecto, aceptó el ser peor y casi consigue con una sola jugada de ataque pasar la eliminatoria. El antimadridismo criticando que aceptemos pasar así cuando se le critica a otros, cabalgamos contradicciones camino de semifinales. 

Los penaltis se veían en el horizonte desde el empate, siempre como una orilla hasta la que había que llegar pero que no acababa por llegar y, una vez en ella, lo primero es Modric fallando, ahí fue quizás el único momento donde la grada se hundía, todas las palabras de la previa parecía que iban a morir, tanto hay que creer para en el primer revés en ciento veinte minutos irse abajo y, en ese momento, apareció él, no Lunin, que también, sino algo de más allá, ajeno al juego y a nosotros, él, quien se posó en el hombro de Bernardo y le convenció de que lo mejor era un penalti al centro, sin excesiva fuerza, “tranquilo, el rubio se va al suelo, hazlo” y allá fue el genial portugués a regalarle al Madrid lo que no hay que darle, un resquicio de esperanza. El fallo posterior de Kovacic, seguramente bajo amenazas de Modric, llevaba a los tres mil que  estábamos en el campo y a la familia globalista madridista al delirio; pedía calma desde mi asiento, no había nada que celebrar todavía; veían a los lanzadores siguientes y algunos sufrían, Nacho y Lucas, imagínate creer que Ignacio Fernandez podía fallar después de hacer su único partido bueno del año el día que tocaba o que Lucas Vazquez, ahora ya veterano, iba a fallar, si en 2016 decidió que él quería su momento en aquella tanda. No hubo más fallos y el delirio lo acabaría generando quien alargó la agonía hasta el extremo con su “fallo”.

Jamás se había ganado en el Etihad y así seguirá pero, siendo francos, no le importa a nadie.

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